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Centroamérica: la disputa entre democracia y autoritarismo

Los avances democráticos en la región se ven amenazados por gobiernos autoritarios de distintos signos que, cada vez más, hacen uso de las fuerzas armadas para consolidar su poder.

Redacción CAP

La región centroamericana -marcada por el caudillismo, el militarismo y una escasa tradición democrática- enfrenta el retorno de los ejércitos para apuntalar a gobernantes que los ven como un elemento “estabilizador”, destacó el investigador Douglas Farah en la onceava sesión de los CAP sobre Democracia en Centroamérica.  

Farah fue corresponsal del Washington Post durante 20 años, cubrió las guerras civiles en Centroamérica y es fundador de la firma de análisis estratégico IBI Consultants, así como  asesor del Consorcio Internacional contra Economías Ilícitas. Desde una perspectiva histórica, el analista destaca que lo “normal” para la región fue la injerencia de las fuerzas armadas en el Estado y que “los últimos 25 años de reducción de esta influencia fueron la excepción”.

“Vemos un retorno al pasado que pensábamos que se había superado en Centroamérica, estamos en un proceso de retroceso muy acelerado para el futuro de la región”, sostuvo Farah sobre esta injerencia.

En este fenómeno inciden dos conceptos clave. El militarismo, es decir, el predominio o la influencia de lo militar en el gobierno de un país. Y la militarización que se traduce, entre otros, en el uso de las fuerzas armadas en tareas no tradicionales como proyectos civiles de construcción, logística o de seguridad interna del país que corresponden a las policías. 

Ambos fenómenos están creciendo en Centroamérica, explicó.

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Gobiernos “ideológicamente agnósticos” con injerencia militar

Para el investigador estadounidense, el papel preponderante de los ejércitos de Centroamérica dentro de la región es independiente del signo ideológico de sus autoridades. Esto debido a que los gobiernos autodenominados de derecha o de izquierda se han vaciado de contenido ideológico, dijo Farah, una tendencia que, por otra parte, es global.

Durante la Guerra Fría los países centroamericanos fueron escenario de la lucha entre las potencias capitalistas de occidente y las socialistas del bloque soviético. De tal forma que países como El Salvador, Honduras y Guatemala fueron apoyados por Estados Unidos -junto a otros países intermediarios como Israel y Taiwán- en su lucha contrainsurgente, mientras que Nicaragua fue respaldada por la Unión Soviética con la mediación de Cuba, explica el analista.

En ambos casos se fortaleció a las fuerzas armadas y se apoyó a las estructuras de inteligencia militar y a los ejércitos dentro de cada país.

Esta herencia de capacidades, detalla Farah, sufrió un cambio durante los procesos de paz en la región en la década de los noventa. Se reformaron las fuerzas policiales para reducir la injerencia militar y fortalecer el poder civil. Sin embargo, con la concentración del poder -como en Nicaragua con el régimen Ortega-Murillo- se ha utilizado nuevamente a las fuerzas armadas y grupos paralelos para reprimir a los manifestantes y evitar cualquier cambio.

Con diferentes formas e intensidades se replica el mismo fenómeno en el norte de Centroamérica, explica Farah. En el caso de El Salvador, con estados de excepción como los ratificados en ese país durante un año que limitan garantías civiles y dotan de más atribuciones a las fuerzas armadas, y con la injerencia del propio Ejército por orden presidencial en la Asamblea Legislativa en 2020.

En el caso de Honduras, se replica el uso de estados de excepción y se dota de más capacidades a los militares bajo argumentos de seguridad interna. Mientras que en el caso de Guatemala, hubo una continuidad de las estructuras militares en estructuras paralelas de inteligencia hasta la fecha, señala Farah, con diferentes grados de influencia en los sucesivos gobiernos. 

El uso de las fuerzas armadas o grupos paralelos, herederos de estas capacidades de inteligencia militar, está cada vez más extendido en la región y no responde a una ideología en concreto, destacó el investigador.

“Estamos en un momento muy difícil. Hablamos de la democracia contra el autoritarismo y parte fundamental de esto es el remilitarismo que ya está legalizado. Se va a requerir un esfuerzo muy grande para empezar a revertir esta situación en Centroamérica”, advirtió el analista.

Foto: Telesur

El factor de la lucha contra el narcotráfico, pandillas y crimen organizado

Una de las razones por las cuales las fuerzas de seguridad del área norte de Centroamérica siguieron recibiendo respaldo estadounidense fue por el auge del problema del narcotráfico en la región, comentó Farah en su conferencia.

“Para el combate al narcotráfico o a las pandillas se necesita inteligencia y ahí empieza el círculo de reincorporar a los militares y marginar a las policías de la región por falta de presupuesto o capacidades”, explicó.

El problema que esto trajo es que terminadas las guerras civiles en la región las nuevas policías se constituyeron con exjefes militares o de grupos de seguridad. En muchas ocasiones estos grupos también operaban estructuras que prestaban “servicios” como el contrabando, el secuestro, la falsificación de documentos, entre otros, que servían al crimen organizado.

“Los militares nunca fueron obligados a desarticular sus estructuras de inteligencia. En todos los países de Centroamérica había grupos armados que nunca se desarmaron”, destacó Farah.

La política exterior estadounidense prioriza migración y narcotráfico

Por último, el especialista destacó que el auge de la militarización y el militarismo dentro de los países centroamericanos es un fenómeno poco atendido por la política exterior estadounidense, la principal potencia en la región. Lo cual a criterio de Farah es preocupante “ya que es un elemento clave en el creciente autoritarismo entre los países de la zona”.

Esta situación, además, ha tenido otros efectos. Para el investigador, en varios países de la región como Guatemala y El Salvador se está impulsando la impunidad sobre casos de graves violaciones a los derechos humanos durante los conflictos armados internos que involucran a exjefes militares. “Esto es un grave síntoma de regresión”, señaló.

La razón de esta omisión, a criterio de Farah, es que a pesar del discurso de la administración de EE.UU. en favor de consolidar las democracias en la región y combatir a la corrupción como un factor para incidir en las que provocan la migración, “contar con gobiernos favorables a reprimir la migración o el narcotráfico es una prioridad”. 

Esto pese a la falta de resultados tanto en la reducción del tránsito irregular de personas como en la reducción del flujo de drogas a Estados Unidos, finalizó el conferencista.

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